Los besos que no se dan by Jesús Garzás

autor:Jesús Garzás [Garzás García-Villarrubia, Jesús Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Eride Editorial
publicado: 2022-03-21T17:27:52+00:00

* * *

Va a resultar que no es gay. Darío tenía razón, no lo es. Tiene gracia que sea yo la que me haya dejado engañar por prejuicios y, sobre todo, que haya permanecido amarrada a ellos por tanto tiempo.

Supongo que resultaba más cómodo estar instalada en esa creencia donde todo resultaba divertido e inofensivo: sus miradas, nuestro baile, la cita para comer. Y fíjate que había indicios claros, porque lo del olvido del lápiz de memoria me sonó falso desde el primer momento, y qué decir de la sesión de fotos, me dedicó el doble de tiempo que al resto. Quizá pequé de vanidosa y me vino bien sentirme su musa ignorando que detrás de aquellos instantes de complicidad no había arte sino deseo. Quizá estoy acostumbrada a que la mayoría de mis amigos gays me traten como una reina. Quizá….

Basta de excusas.

Dejé que pasara. Estoy perfectamente preparada para identificar comportamientos, para leer más allá del lenguaje verbal y corporal, para no aceptar las apariencias y para cuestionar todo en busca de respuestas conscientes. Si todo esto ha pasado no me cabe duda que es porque yo permití que pasara. Sólo aceptando mi responsabilidad podré entender lo que ha sucedido.

Me valí de la inconsciencia para no tener que oír a la conciencia.

Acallé mis propias voces que señalaban lo obvio y según reflexiono sobre ello, más me voy dando cuenta de que si dejé que pasara fue porque deseaba que pasara.

Ahora bien, ¿qué hay detrás de ese deseo? No sé si podré contestar a esa preguntar sin ayuda, es imposible tratarme a mí misma con la dosis de objetividad requerida. Sí estoy capacitada para descartar que sea por un tema de carencia de afecto o de refuerzo de ego. Me siento muy querida por Iñaki y llevo bien lo de ser una cuarentona. Este no es el primer flirteo que sufro ni espero que sea el último, me parece sano y mantiene a raya alguna de mis inseguridades. Ahora bien, en esta ocasión me he engañado a mí misma para alargar algo que podía haber cortado fácilmente. Bastaba con haber dicho «no» a la oferta de salir a comer juntos. Era mucho más sencillo y menos hiriente. En estos momentos no me sentiría culpable por haberle dejado las cosas tan meridianamente claras, ni ridícula por haber puesto previamente en duda su sexualidad. Ay, ¿pero cómo he llegado a sentirme culpable si verdaderamente he expresado lo que sentía y he actuado de acuerdo a mis valores? Alguna pieza sigue sin encajar en este puzle.

No sé. No sé. Es posible que esté alcanzando una conclusión precipitada o que haya sido poseída por un espíritu pseudo-adolescente pero el quid de esta cuestión, la verdadera razón por la que estoy meditando tanto acerca de lo sucedido es que mucho me temo que Jorge me atrae. Y mucho.

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